quarta-feira, 5 de maio de 2010

Diez factores que explican por qué fracasan los gobernantes de laizquierda


¿Por qué fracasan gentes, al menos en algunos casos, aparentemente bien intencionadas? Fracasan, fundamentalmente, porque no entienden cómo se crea la riqueza o cómo se destruye. Aciertan, con frecuencia, en la identificación de los males que aquejan al continente, pero confunden las causas y se equivocan en los métodos que proponen para erradicar los problemas. Concretemos las diez razones que explican estos estridentes fracasos.

· Primera, la riqueza sólo se crea en las empresas. Parece una afirmación de Pero Grullo, algo que uno aprende en la adolescencia, pero la izquierda estatista-dirigista-antioccidental suele ignorarla. Una empresa es una entidad compuesta por una persona, o por cien mil personas, que produce un bien o un servicio y se lo ofrece al consumidor por un precio. Con los beneficios que obtiene la empresa, ésta invierte, crece, genera empleo y aumenta progresivamente el tamaño de la economía. Es así como crecen los países y se enriquecen todas las sociedades. El antiempresarialismo es una actitud suicida que conduce al empobrecimiento general.


· Segunda, las sociedades ricas son las que consiguen desarrollar un amplio tejido empresarial. No hay naciones ricas o pobres. Hay naciones que han logrado crear un amplio y diverso tejido empresarial, con gran valor agregado, lo que les ha permitido sustentar grandes sectores sociales medios, como sucede en Estados Unidos, Alemania, Holanda, Dinamarca y otros veinticinco países. Suiza, un país pequeño, sin salida al mar, con una población más o menos como la de Buenos Aires, dividido en etnias diferentes, que hasta hace muy poco ni siquiera pertenecía a la ONU, es la nación más rica del mundo. ¿Por qué? Por la riqueza creada por su tejido empresarial.

· Tercera, las sociedades menos desiguales son las que cuentan con ese rico tejido empresarial. La forma efectiva de combatir la pobreza y la desigualdad no es la redistribución de la riqueza creada, sino el fomento de empresas con gran valor agregado. Las sociedades menos desiguales del mundo, las escandinavas, no han alcanzado ese nivel de equidad por contar con una gran presión fiscal sobre las rentas, sino porque poseen un denso y sofisticado tejido empresarial que permite pagarles veinticinco dólares la hora a un trabajador porque el bien o el servicio que produce genera altísimos beneficios. Los trabajadores que recogen café, bananos, o cortan caña, no pueden alcanzar un alto nivel de prosperidad porque el rendimiento real de su trabajo es muy bajo. Es absurdo quejarse de que un campesino hondureño gana la vigésima parte de lo que gana un trabajador sueco. Lo que sucede es que lo que produce el trabajador sueco vale veinte veces más que lo que produce el hondureño.

· Cuarta, la apertura y las conexiones con el exterior son indispensables. En el mundo contemporáneo, y desde el siglo XIX, son esenciales las relaciones con el aparato productivo internacional para poder desarrollarse. Son necesarios el capital, la tecnología, el know-how gerencial, el mercadeo. Y se trata, además de un proceso progresivo de asimilación que no puede improvisarse. Bolivia o Paraguay no pueden decidir convertirse de la noche a la mañana en países productores de motores de avión o chips para computadoras. Después de la Segunda Guerra, Japón comenzó a hacer unas imitaciones baratas y defectuosas de objetos industriales americanos. Poco a poco el aparato productivo se fue refinando y los japoneses pasaron de la imitación mala a la buena, más tarde a la innovación y, por último, a la creación original. Pero para eso era esencial mantener lazos muy fuertes con los centros creativos del planeta.

¿Por qué Argentina pudo dar un salto hacia el primer mundo a principios del siglo XX? Porque Inglaterra llevó los ferrocarriles, la electricidad, los barcos frigoríficos y el financiamiento. De diversas maneras, y cada país con sus matices, esa es la historia de la prosperidad creciente de sociedades que eran más pobres que América Latina (por lo menos comparadas a los más ricos del continente) a mitad del siglo XX y hoy son mucho más ricos que nosotros: España, Corea del Sur, Irlanda o Taiwan, por ejemplo.

· Quinta, la empresa estatal es un fracaso. Podría alegarse que si el secreto del desarrollo y la equidad radica en la creación de empresas eficientes esa tarea podría desarrollarla el Estado, pero la nefasta experiencia del siglo XX demuestra que no es posible. Las empresas estatales han fracasado en la URSS y en Inglaterra, en Francia y en Cuba, en Corea del Norte y en Argentina: en todas partes. ¿Por qué? Primero, porque tienden a crear monopolios y al no existir competencia se anquilosan y atrasan. Se vuelven tecnológicamente obsoletas y los bienes o servicios que producen son progresivamente peores y más caros. Segundo, porque no se administran con criterios empresariales a la búsqueda de eficiencia y beneficios, sino con propósitos políticos. Tercero, porque se convierten en fuentes de clientelismo con plantillas sobredimensionadas y en focos de corrupción administrativa.

· Sexta, el dirigismo es contrario al desarrollo. La creatividad técnica, científica o empresarial es casi siempre el producto de la chispa individual y del surgimiento espontáneo de clusters o agrupaciones inmensamente productivas que se van juntando sin que nadie lo ordene. Los Bill Gates o los Sillicon Valley no surgen por orden de los funcionarios o de los comisarios. Hace menos de diez años los creadores de E-Bay y de Google eran unos jóvenes con buenas ideas en la cabeza y casi sin dinero. Hoy esas dos empresas les dan trabajo a miles de personas y, para bien de todos, agilizan las transacciones comerciales en todo el mundo. En todas las sociedades hay un veinte por ciento de personas que poseen el ímpetu, la energía creativa y la disciplina para plantearse metas difíciles y arriesgadas. Son ella las que persiguen con ahínco esas metas y en el proceso arrastran en la dirección adecuada al ochenta por ciento restante que carece de esos rasgos de personalidad o de ese nivel de inteligencia. En las sociedades dirigidas desde la cúpula por un grupo de funcionarios toda esa energía creativa, la savia del desarrollo y el progreso, se pierde irremisiblemente.

· Séptima, la libre competencia es el camino al desarrollo y la fórmula menos ineficiente de asignar recursos. Una de las razones por las que América Latina es la región más subdesarrollada de Occidente radica en la falta de una economía de mercado verdaderamente libre y competitiva. Lo que hasta ahora hemos tenido (y algunos países como Chile comienzan a abandonar) es capitalismo-mercantilista-prebendario, donde el poder político elige a ganadores y perdedores. Ese sistema, que es el que prevalece en el mundo subdesarrollado, pese a todo, es menos improductivo que el estado-empresario-planificador, dirigido por caudillos y administrados por funcionarios que manejan a su antojo los fondos públicos. Con frecuencia, los gobiernos que han elegido este último modelo de desarrollo hacen un gran esfuerzo en el terreno educativo o en el de la salud, como sucede con Cuba y todos los regímenes comunistas, creando un notable capital humano, pero luego se frustran cuando comprueban que persisten la miseria y el subdesarrollo. ¿Por qué ocurre este fenómeno? Sencillo: para que el capital humano dé sus frutos tiene que haber libertades económicas, capital cívico y mercado. Educar cien mil ingenieros para luego atarles las manos es un acto absurdo y cruel. Absurdo, porque les impide crear riquezas. Cruel, porque esos profesionales terminan por experimentar una enorme frustración.

· Octava, no hay prosperidad sostenida sin instituciones de derecho y sosiego político. La creación de riqueza exige el buen funcionamiento del Estado de derecho. Eso incluye una legislación razonable que proteja los derechos de propiedad, tribunales eficientes e imparciales que juzguen los conflictos y obliguen al cumplimiento de los contratos, y la certeza de que las reglas de juego no van a cambiar por el capricho o el criterio de quienes mandan en el país. La principal riqueza de los países opulentos del planeta está en ese capital intangible, y este clima de tranquilidad y predictibilidad está totalmente reñido con la atmósfera de desasosiego y ansiedad que generan los procesos revolucionarios, con la catarata de decisiones y decretos dictados desde la cúpula. Lo que se logra por esa revoltosa vía es ahuyentar a los inversionistas y provocar más pobreza. El principal error intelectual de los revolucionarios es no entender que el desarrollo de los pueblos está ligado a la justa aplicación del Código Civil y no del Manifiesto Comunista. Por eso, el noventa por ciento de las transacciones económicas del primer mundo se hacen dentro del primer mundo.

· Novena, las decisiones económicas no pueden subordinarse a las necesidades electorales o a los caprichos ideológicos. Varias de las medidas que los partidarios del estatismo-dirigista-antioccidental ponen en juego tan pronto toman el poder consisten en controlar el banco de emisión de moneda, aumentar el gasto público, subir la tasa de impuestos y endeudarse irresponsablemente, sin tener en cuenta la base productiva real del país, las necesidades de inversión y las consecuencias de esas medidas a medio y largo plazo. Como es natural, a corto plazo se produce el espejismo del desarrollo económico, pero tan pronto pasa el shock de esa inyección de dinero “inorgánico” en la economía, sobreviene la inevitable crisis: la inflación, el encarecimiento de la deuda, la falta de financiamiento exterior, el desabastecimiento y la quiebra en cadena de numerosas empresas.

· Décima, la paz y las buenas relaciones con las naciones desarrolladas del primer mundo son muy convenientes para el desarrollo. No es una casualidad que las treinta naciones más ricas y desarrolladas del planeta mantengan, en general, muy buenas relaciones entre ellas y se comporten de acuerdo con un patrón bastante uniforme: son Estados de derecho, organizados democráticamente, dotados de un sistema económico que podemos llamar capitalismo empresarial de mercado, y en los que prevalecen la tolerancia, el pluralismo político y las libertades cívicas. Esas sociedades son las que más aprecian las personas en el mundo. ¿Cómo lo sabemos? Lo sabemos por el signo de las migraciones: hacia esas sociedades es que desean dirigirse la mayoría de los pobres del tercer mundo. No sólo hay un “sueño americano”, hay un “sueño” español, francés, alemán, etcétera, etcétera, ambicionado por millones de latinoamericanos, africanos y asiáticos que desean escapar de la durísima realidad de sus países. ¿Qué sentido tiene, pues, hostilizar ese mundo e identificarlo como “el enemigo” en lugar de tratar de formar parte de él? ¿Se han dado cuenta estos revolucionarios radicales de que el noventa y nueve por ciento de los hallazgos científicos y las innovaciones que le dan forma y sentido al mundo contemporáneo surgen de esa fuente? ¿Saben que al menos el cuarenta por ciento del crecimiento económico proviene de estos cambios en el saber y en el quehacer surgidos en el primer mundo, con Estados Unidos a la cabeza? ¿A quién se le puede ocurrir que es sensato golpear nuestro propio cerebro y el motor del que en gran medida depende nuestro bienestar?

Carlos Alberto Montaner - periodista y escritor . La conferencia El nuevo populismo totalitario, en Ciudad de Panamá, 03/12/2008.

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