La tolerancia se define como el respeto por los pensamientos y las acciones de terceros, cuando estos resultan opuestos o distintos a los propios. Es un concepto lejano a la indiferencia ante las realidades ajenas y no tiene relación alguna con la desidia frente a la amenaza, el peligro o el delito.
Nuestra sociedad pareciera ser en esencia intolerante. Una sociedad formada por hombres y mujeres, seres que en mayor o menor medida o frente a determinadas ideas o conductas expresan de distintas maneras su intolerancia.
Intolerantes por: cultura, por miedo, por gregarismo. En otras palabras lo somos por formación, por religión, por ideología y en gran medida por simple imitación.
Podríamos argumentar sin mentir que hemos evolucionado en las últimas décadas y que hoy en día Chile tiene una mentalidad más abierta y tolerante frente a determinadas realidades. Pero eso no es real, un segmento más representativo de la sociedad muestra mayor tolerancia en algunos temas, pero no abarca al conjunto. Se suscita aquí una curiosa realidad, en la cual los extremos sociales de Chile comparten aversiones. Tanto en la élite como en el segmento económicamente menos favorecido.
Hilando fino sobre la mentada tolerancia y racionalizando el tema, ¿Qué obtenemos? Obtenemos un concepto vacío y débil que posee escaso valor en sí mismo. Pues no parte del respeto, la aceptación y el derecho ajeno. Nace de un viciado y barato argumento que pretende brillar cuando en realidad no es más que el resultado de la suma del relativismo moral y ético, más la ignorancia, más el sin-sentido común. A partir de esta idea copiada y replicada no se le reconoce legitimidad y derecho a las personas y sus opciones.
Al contrario de eso se relativiza hasta lo nebuloso el concepto de normalidad. Junto con esto no solo se arrastran por el desagüe las nociones más necesarias de ética, moral y conducta proba. También el más elemental sentido de realidad. Pues no se tolera al individuo, ni a sus conductas, ni a sus ideas por la inherencia de sus derechos como ser humano y miembro componente de una sociedad. En lugar de eso se equiparan todas las tendencias, todas las ideas y todas las conductas como iguales y eso es una mentira, un error.
Por cuanto no es igual ser homosexual que heterosexual, ni es lo mismo ser un parafïlico fetichista que ser un pedófilo. Existen intereses y estilos de vida distintos, existen delitos o simples prácticas privadas e inocuas. Pues lo que para un sado-masoquista es normal, no lo será jamás para un homosexual o para un heterosexual.
Y viceversa y etc. Por lo tanto ya es hora de dejar de repetir esa baratura de pregunta ¿Qué es normal? Si no he sido claro; la pregunta debería ser tan amplia como esto, ¿Qué es normal para un homosexual?, ¿Qué es normal para una lesbiana?,
¿Qué es normal para un heterosexual con tendencia sadomasoquista? Y así hasta la enorme variedad de tendencias y opciones sexuales existentes, desde las más aceptadas socialmente hasta aquellas aberrantes que están penadas por las leyes y que no pueden ser aceptadas de ninguna manera en cualquier sociedad. Pues solo lo que le es connatural al individuo le resultará normal.
Y aquí radica el gran error en el enfoque social sobre la tolerancia y la intolerancia. Insistir en basar la tolerancia y el respeto precisamente en los aspectos que nos separan, pretender que todos vean normalidad en prácticas y usos que le son extraños y desagradables, cuando lo que realmente importa es no perder de vista las cosas que nos unen como especie, como seres humanos o como hijos de Dios si es que prefiere verse de esa manera. Basando el derecho, en el individuo, en la persona humana y no en un solo aspecto de su sexualidad y/o afectividad. Relegando de esta manera todos los demás aspectos del hombre y/o mujer; tanto en función de sus necesidades como ser humano, como en cuanto a su aporte a la sociedad.
Al contrario de eso se relativiza hasta lo nebuloso el concepto de normalidad. Junto con esto no solo se arrastran por el desagüe las nociones más necesarias de ética, moral y conducta proba. También el más elemental sentido de realidad. Pues no se tolera al individuo, ni a sus conductas, ni a sus ideas por la inherencia de sus derechos como ser humano y miembro componente de una sociedad. En lugar de eso se equiparan todas las tendencias, todas las ideas y todas las conductas como iguales y eso es una mentira, un error.
Por cuanto no es igual ser homosexual que heterosexual, ni es lo mismo ser un parafïlico fetichista que ser un pedófilo. Existen intereses y estilos de vida distintos, existen delitos o simples prácticas privadas e inocuas. Pues lo que para un sado-masoquista es normal, no lo será jamás para un homosexual o para un heterosexual.
Y viceversa y etc. Por lo tanto ya es hora de dejar de repetir esa baratura de pregunta ¿Qué es normal? Si no he sido claro; la pregunta debería ser tan amplia como esto, ¿Qué es normal para un homosexual?, ¿Qué es normal para una lesbiana?,
¿Qué es normal para un heterosexual con tendencia sadomasoquista? Y así hasta la enorme variedad de tendencias y opciones sexuales existentes, desde las más aceptadas socialmente hasta aquellas aberrantes que están penadas por las leyes y que no pueden ser aceptadas de ninguna manera en cualquier sociedad. Pues solo lo que le es connatural al individuo le resultará normal.
Y aquí radica el gran error en el enfoque social sobre la tolerancia y la intolerancia. Insistir en basar la tolerancia y el respeto precisamente en los aspectos que nos separan, pretender que todos vean normalidad en prácticas y usos que le son extraños y desagradables, cuando lo que realmente importa es no perder de vista las cosas que nos unen como especie, como seres humanos o como hijos de Dios si es que prefiere verse de esa manera. Basando el derecho, en el individuo, en la persona humana y no en un solo aspecto de su sexualidad y/o afectividad. Relegando de esta manera todos los demás aspectos del hombre y/o mujer; tanto en función de sus necesidades como ser humano, como en cuanto a su aporte a la sociedad.
Décadas atrás; la hegemonía del catolicismo oprimía directa e indirectamente, consciente o inconscientemente a otros credos y en gran medida a quienes no profesaban credo alguno. El poder enorme y omnipresente del catolicismo en los ámbitos, social, político, intelectual, económico, etc. Vetaba ideas y personas, perseguía ideologías y proscribía conciencias. Algo queda y quedará siempre de eso, es inevitable y no solo con el catolicismo, pasará también con cualquier religión. Las cosas han cambiado notablemente, ese poder ya no es tal y lo que queda de él no se expresa de la misma forma. No es importante al menos dentro de este contexto teorizar el porqué de esto, si acaso es la concreción de una política Vaticana post-conciliar más abierta e integradora. O por el contrario es el saldo negativo del mismo Concilio Vaticano II y el desprestigio de la Iglesia Católica por su propia acción, omisión y complicidad ante hechos demasiado conocidos.
Pero no se puede ni se debe esperar más apertura de parte del catolicismo ni de ninguna otra religión o credo. Pues los credos como tal, no pueden ceder ni conceder demasiado. Los gestos y las acciones de buena voluntad, son y serán limitados. Pues no son empresas privadas que puedan reformar sus estatutos y cambiar sus reglamentos. Habrá temas en que sería imposible dejar la intolerancia y la condena porque esto las desnaturalizaría y las pondría en abierta contradicción con sus propias doctrinas. Por tanto esperar algo más que un prudente respeto por parte de los credos no es realista, salvo en lo que las leyes terrenales les obliguen a cumplir, porque las divinas se han interpretado de otra manera por dos mil años y no dan lugar a otra cosa.
¿Pero qué pasa con ese sector otrora perseguido y oprimido por la religión imperante, que sucede con los adalides de la libertad de pensamiento y de conciencia? ¿Qué sucede con esas víctimas de ayer que no tienen religión, que no creen en nada, que no profesan fe alguna? ¿Qué tan tolerante es ese reducto de sabiduría que se denomina ateo, porque no cree en nada?
Para empezar deberíamos considerar que el ateísmo no es más que otro sistema de creencias, porque al fin y al cabo no existe ser humano que no crea en nada, solo gente que lo desconoce.
Pareciera que solo giramos un tornillo y cambiamos miserablemente una intolerancia por otra, es curioso que las victimas de ayer, hoy en día destilen el mismo veneno del cual se dijeron victimas.
Que la fe es igual a estupidez, a falta de educación, a un primitivo retraso socio-cultural, a irresponsabilidad, etc. Que insistencia en pasar por el filtro científico las verdades de la fe, cuando es evidente que hay cosas que no se pueden medir, ni pesar, ni verificar por medio de ciencia exacta alguna. Es tan absurdo como pedirle a un filósofo que compruebe sus enunciados, cuando la filosofía es una ciencia que vive en función de auto-combatirse. Es una ciencia que no se comprueba ni se demuestra, solo se argumenta y su valor está en lo que su proceso y evolución aporta al ser humano.
Asociaciones dedicadas a demostrar la mentira de toda cosa relacionada con la fe, virulentas manifestaciones contra todo tipo de fe, demostraciones de odio por medio de la burla y el escarnio hacia la idea de Dios en las redes sociales. Un ateísmo militante resulta tan desagradable y ofensivo como puede serlo cualquier credo irrespetuoso.
No tengo la intención de entrar en la inútil y absurda discusión del derecho que pueden tener las ideas en cuanto tales, tratando de establecer una relación de equivalencia entre algo intangible y abstracto como lo puede ser un conjunto de dogmas que nunca serán comunes a todos y el ser humano que por su condición de tal si está resguardado en sus derechos elementales, como en este caso el derecho a la honra y el buen nombre. Menos aún tratar de demarcar la línea divisoria entre la libertad de expresión de las personas que sí es un derecho fundamental y el respeto público por las ideas de los otros. Sería una tarea fútil y hasta tonta. Pero sobre esto no está de más recordar los hechos sangrientos de hace poco tiempo, a propósito de una película cuyo único fin era burlarse y ofender al Profeta Mahoma y ridiculizar la fe Musulmana. Como reflexión final solo me queda esto; si no somos capaces de mantener el respeto hacia ideas y dogmas ajenos por que exista un principio jurídico que lo garantice o un principio ético que lo respalde, tendremos que aprender a hacerlo porque existe un final y este final a veces es dramático y violento y nadie puede decir que nunca viviremos algo de eso.
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