He sentido el correr de mi sangre presurosa llena de alegría,
Semejante a las aguas claras de los eternos bosques,
Que alegres y diamantinas dejan caer sus aguas,
En cascadas grandes o pequeñas que parecen carcajadas.
Pálido reflejo de mi vida y del alma mía.
También la he sentido muy lenta pasar por mis venas,
Como si estuviese llena de melancolía,
Cual rio pesado, lento y oscuro, sediento de vida.
Entonces he percibido, la tristeza mía,
Que nace de fuente desconocida.
No se enturbian los ojos solo por pesar de lo infinito.
Llora el alma cuando algo valioso se ha perdido,
Dejando presente en gotas húmedas,
El dolor que en la vida se ha tenido.
Cuando el destino nos arrebata lo vivido.
El niño triste esta porque algo ha perdido,
Y el alma asoma, a sus ventanas su amargura,
Dejando caer gotitas de lluvia que claman ternura.
Anhelando la mano cariñosa y compasiva.
El hombre llora haber perdido su libertad,
En tanto la sociedad lo esclaviza,
Le encasilla y le torna su pesada agonía,
Su rutina de la vida.
Hacer el amor…, hacer la guerra…,
Jugar…, al rico, jugar al pobre…,
¿Qué será? De mi destino caprichoso…, cuando la vida arrebate mi vida,
Impidiendo, mi tristeza y alegría, que son el canto del alma mía,
Y la caricia de la mano tierna lejana en la distancia del infinito,
Solo llegue para cerrar mis ojos a la vida,
Confundiendo mi suerte con la muerte del ausente…,
Que no llora ni siente tristeza o alegría.
Alberth Kuestha Mothera